Mujeres creadoras, la heroicidad de su esfuerzo en mundos casi exclusivamente masculinos.
Eso es así, con todos los matices que se quiera, para la inmensa mayoría de los seres que un día deciden entregar su vida a la pintura, la poesía o la música. Siempre ha habido algo de heroicidad en ese esfuerzo, y las biografías de los creadores lo ponen de relieve una y otra vez. En el caso de las mujeres, a todas esas dificultades habituales se ha unido durante siglos la lucha terrible y casi siempre solitaria por salirse de lo previsto, por escapar a las normas de lo decente, por hacerse un hueco —aunque fuera pequeño— en mundos casi exclusivamente masculinos. El combate a menudo titánico contra los prejuicios, las presiones, el incesante rugido en su contra, los desprecios, los insultos, las calumnias...
En general, sus vidas personales se vieron profundamente afectadas por sus vocaciones artísticas, mucho más que las de sus colegas masculinos: una buena parte de ellas renunció a tener familia, llevando una existencia aislada de los hombres en sus propias casas o en el entorno de los conventos. Otras muchas optaron decididamente por la libertad amorosa y sexual, arrostrando por supuesto la fama de rameras que tantas veces las acompañó.
Y algunas tuvieron que hacer compatible, con todas las dificultades que ello conlleva, el obsesivo y absorbente mundo de la creación con la ingrata realidad de lo doméstico. Casi ninguna se resignó a su suerte: una y otra vez sus voces se alzan en sus poemas, sus memorias o sus cartas para lamentarse de las injusticias a las que se ven sometidas por el hecho de ser mujeres, al distinto rasero con el que son juzgadas sus obras y también sus vidas privadas. Lo veremos a menudo a lo largo de estas paginas. Y nos encontraremos a muchas que, en medio de tantas persecuciones, no tuvieron el valor suficiente para llegar hasta el final. Me resulta imposible criticarlas por ello: sometidas a la reclusión y a la ignorancia desde que nacían, educadas para ser obedientes, discretas, modestas y silenciosas, oyendo permanentemente a su alrededor el bullicioso griterío en torno a la estupidez femenina o a la condición de prostituta de cualquier mujer que se atreviera a exponerse ante el público, ¿qué fortaleza, qué confianza en ellas mismas debían tener para debatirse contra tanta hostilidad? El valor de las que lo intentaron resulta a menudo prodigioso. Cada una de ellas, desde la más exitosa hasta la más fracasada, fue un ejemplo de valentía y firmeza en contra de infinidad de adversidades.
Me gustaría añadir algunas palabras sobre la pretensión de mi estudio: ésta es una historia de mujeres creadoras. No pretende ser en absoluto la historia de todas las mujeres creadoras. Se centra en los países de nuestro entorno europeo. Y cubre tan sólo, como ya he dicho, un período de seis siglos, entre el X y el XV. Podrían haber sido más o menos, desde luego. Es una elección entre las muchas posibles. He tratado de iluminar, a lo largo de esas centurias, la vida y el trabajo de algunas de las mujeres que me han parecido más interesantes y más ignoradas, y me he ocupado poco, en cambio, de aquellas que lograron mantener su fama a lo largo del tiempo (aunque, a decir verdad, apenas se me ocurren un par de nombres: santa Teresa, desde luego, y quizá para unos pocos lectores también sor Juana Inés de la Cruz). He intentado situarlas en su contexto histórico, confrontándolas con las condiciones sociales, morales y jurídicas en las que tuvieron que vivir y acompañándolas en el discurrir de sus vidas con la breve visión de otras colegas a veces menos afortunadas, aunque no menos esforzadas. Me he guiado, por supuesto, por las investigaciones de numerosas historiadoras —y no pocos historiadores— que en las últimas décadas, como ya he señalado, han realizado un trabajo ímprobo para sacar a la luz a esas mujeres escondidas.
Lamentablemente, debo decir que he encontrado muchas lagunas en lo referente a nuestro país. En general, las mujeres españolas han estado sometidas a lo largo de la historia a una situación de mayor reclusión y silencio que las nacidas en Francia, Italia, Inglaterra o Alemania. A esa condición se une además el hecho de que las investigaciones sobre «nuestras» mujeres han sido menos extensas y profundas. Aún queda un ingente trabajo por desarrollar en ese campo, y no dudo que en el futuro será hecho.
Me gustaría que estas páginas lograran dar forma, aunque sea de manera fragmentaria, a una genealogía femenina, una larga saga de novelistas, poetas, ensayistas, músicas, dramaturgas, pintoras y escultoras de las que todas las mujeres que amamos o practicamos alguna forma de arte somos herederas y deudoras. Virginia Woolf proponía a sus coetáneas que fueran a lanzar flores sobre la tumba de la dramaturga barroca Aphra Behn por haber sido capaz de enseñarles que sus mentes tenían derecho a expresarse. Ésta es mi manera de depositar al menos una pequeña corona de laurel sobre las tumbas —casi siempre desconocidas— de tantas y tantas mujeres creadoras, mi forma de restituir a las olvidadas algo de lo que merecen y de darles las gracias por su ejemplo, su valor y su libertad.