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CRONICAS DE UN MUNDO EN CONFLICTO
Información y educación para un desarrollo sustentable.

Arte y Cultura en el Tercer Mundo

El primer y el tercer mundo son una farsa. Todo es una creación literaria”

Jorge Carrión, retomando la terminología del teórico del arte Nicola Bourriaud, definió al chileno Juan Pablo Meneses (Santiago de Chile, 1969) como un periodista radicante, alguien que como la hiedra expande sus múltiples raíces por la superficie. Periodista radicante que ejerce, como él propio Meneses afirma, un periodismo portátil, es decir, un periodismo basado en la búsqueda constante de historias en cualquier rincón del planeta.


Tras ganar en el 2000 el concurso Crónicas Latinoamericanas,  Juan Pablo Meneses comenzó un periplo a lo largo de toda la geografía terrestre, primero recorriendo Hispanoamérica y Estados Unidos,  luego Europa –vivió dos años en Barcelona- y posteriormente abrazando el continente africano y la inmensidad y diversidad de Oriente.

Fruto de esta búsqueda constante de historias, son sus obras Crónicas argentinas o La vida de una vaca, donde relata en primera persona y tras adquirir una vaca todo lo que rodea, con sus contradicciones, el mercado –desde la cría del animal hasta la venta de la carne-  y el consumo de la carne en Argentina.  A estas obras, también cabe añadir Sexo y Poder, el extraño destape chileno y Hotel España. Tras Niños futbolistas, ensayo y, a la vez, crónica periodística a través de la cual el periodista chileno investigaba el oscuro y contradictorio mundo de la compra-venta de niños futbolistas,  Juan Pablo Meneses regresa con un nuevo trabajo: Una vuelta al tercer mundo (Debate). Un libro que, remitiendo al género de los libros de viaje más clásicos e inscribiéndose en el periodismo de denuncia, se propone como un ensayo entorno al pensamiento global tercermundistas, un pensamiento cuya inexistencia afirma el propio autor, que sin embargo pone las bases para su posible elaboración.

Escribe: “Una vuelta al tercer mundo es un recorrido alrededor del planeta por una ruta salvaje, la no oficial, persiguiendo a nuestro Moby Dick: el pensamiento global tercermundista.” Persigue algo cuya existencia niega desde el inicio, diciendo que “el pensamiento global tercermundista no existe”.

Intuía que el discurso tercermundista no existía antes de comenzar el libro y confirmé su inexistencia a lo largo del libro; sin embargo, sigo buscándolo. Seguramente nunca existirá, aunque mantengo la esperanza de que algún día alguien me escriba y me diga: “Hemos empezado a armar el discurso mundial tercermundista”.

¿Qué debemos entender por discurso mundial tercermundista?

No sé exactamente lo que es porque no existe, pero cuando me refiero a él pienso en una especie de identidad del tercer mundo, una identidad que no existe en absoluto. Las grandes potencias del mundo, hablando en términos geopolíticos, tienen una cuadratura ideológica, se reúnen para velar por sus intereses, tienen una identidad de potencia mundial. Por el contrario, no hay una identidad que pueda unir al tercer mundo y si bien ha habido intentos políticos, no hay conexión alguna entre los distintos países que configuran lo que nosotros llamamos el tercer mundo.

    Muchas de las cosas que influyen en que no exista este pensamiento global del tercer mundo es que los pobres quieren ser ricos

¿Esta desconexión no puede pensarse como producida por conveniencia por el primer mundo? Lo pregunto porque las conexiones entre algunos países latinoamericanos –Bolivia, Ecuador, Venezuela-- han recibido y reciben una respuesta extremadamente contundente desde el denominado primer mundo.


Sí, en parte podemos decir que es así. Hay una cierta convicción de que el primer mundo ha fomentado esta desconexión; un caso claro y que yo comento en el libro es la realidad fronteriza entre India y Pakistán: se trata de dos potencias nucleares, de dos países inmensos, que logran su independencia de la Gran Bretaña con un día de diferencia y al día siguiente se entrelazan entre ellas en un conflicto que dura hasta hoy. Puede entenderse este conflicto como algo fomentado o, por lo menos, como algo que interesa al denominado primer mundo, pero creo que hay que tener en cuenta otro aspecto: hay que considerar la manera en que todos los países del tercer mundo o los países en vías de desarrollo quieren convertirse en una potencia y no respetar su identidad. Yo soy de Chile, un país que muchas veces es citado como ejemplo del milagro económico, y allí lo que uno escucha casi cotidianamente, por parte de distintas autoridades político-económicas de los distintos partidos y coaliciones, es que no podemos llegar a ser un país plenamente desarrollado por culpa de nuestro “vecindario” negativo.  Esto refleja la pretensión y el arribismo que se vive mucho en la pobreza, una pretensión que se refleja en las palabras de un exfuncionario, que dijo, tras haberse votado una determinada medida económica: “Esta medida no me gusta nada porque nos estamos latinoamericanizando”. Muchas de las cosas que influyen en que no exista este pensamiento global del tercer mundo es que los pobres quieren ser ricos.

Lo que comenta de Chile me hace pensar en Argentina, que siempre se ha definido como el país menos latinoamericano de  Latinoamérica.


Sin embargo, actualmente Argentina es cada vez más un país latinoamericano, no en el sentido económico, sino porque han asumido un liderazgo, a través de figuras como Che Guevara, Perón y ahora Bergoglio; Argentina ha asumido que es un líder, un líder para Latinoamérica principalmente, de ahí que en Argentina se tenga una visión política y cultural muy enfocada en Latinoamérica. No me imagino, hoy por hoy, un discurso de rechazo hacia Latinoamérica en Argentina como los discursos que sí escucho en Chile.

Volviendo al tema de la desconexión, por cuestiones históricas África se define por su parcelación territorial y por la absoluta desconexión entre sus países, pero en Latinoamérica se está observando, en países como Ecuador, Venezuela o Bolivia,  el nacimiento de un discurso común, un discurso que los aúna.

Sí, pero este discurso común es más bien un discurso político determinado que responde a un momento histórico concreto y a una situación política muy concreta, no es un discurso que tenga que ver con la identidad. África y América Latina son continentes cuyos países se lograron independizar con un escaso siglo o siglo y medio de diferencia, tiempo que a nivel de la historia de la humanidad es relativamente breve. Tanto África como América Latina comparten temas y problemáticas en común: empresas europeas o norteamericanas que son dueñas de gran parte de las materias primas de esos territorios, hay un problema en ambos continentes de emigración hacia otros lugares…. Hay varios temas en común, pero no se debaten en común. Al contrario, hay un desconocimiento mutuo: en Latinoamérica muy poca gente sabe que Dakar no es solamente un rally, sino que es la capital de Senegal y en Senegal o en Etiopía no saben de dónde es el Che Guevara a pesar de vender camisetas con su cara.

    Muchos inmigrantes llegan a Europa buscando algo que nunca van a encontrar porque lo que ellos sueñan que existe no existe, no es la realidad

Leyendo su libro he pensado en el ensayo Orientalismo, en el que Edward W. Said afirmaba que Oriente es una construcción de Occidente. ¿El tercer mundo también es una construcción del primer mundo?


Yo estoy seguro de esto y estoy convencido de que en verdad el primer y el tercer mundo son unas verdaderas farsas. Muchos inmigrantes llegan a Europa buscando algo que nunca van a encontrar porque lo que ellos sueñan que existe no existe, no es la realidad; la mayoría de la gente que se juega su vida en una patera persigue algo que no existe. La mayoría de mexicanos y de latinoamericanos en general que, durante años y años, ahorra dinero para conseguir que los pasen a Estados Unidos van detrás de un sueño que es una ficción. Al mismo tiempo, la visión que se tiene en los países desarrollados de los países no desarrollados es también una ilusión. Todo es una gran creación literaria.

Hablando de ilusión, en el libro realiza una crítica al turismo, cuya mirada está enfocada en busca de lo “exótico”.


El gran número de tercermundistas que vienen a Europa son inmigrantes, no son turistas. Aquellos, la minoría, que vienen de vacaciones son los beneficiados de la desigualdad, que es el auténtico monstruo del tercer mundo; y los que se benefician de esta desigualdad viajan, van a la peluquería en París, van de compras a Londres, y son recibidos por todo lo alto. Pero la mayoría de la gente del tercer mundo que viene a Europa lo hace como inmigrante, mientras que la mayoría de europeos va como turista. Los inmigrantes se encuentran en Europa con una realidad que no es y los turistas se encuentran con una realidad falsa que es construida por los propios países del tercer mundo que encuentran en el turismo un gran beneficio económico. A través de libro, a través de mi descripción de las cholitas, de los souvenirs dedicados al Subcomandante Marcos, de las camisetas del Che Guevara, quería mostrar cómo todo está hecho para alimentar a los turistas que llegan.

Resulta macabro cómo, en nombre del turismo, se espectacularizan la miseria o los conflictos políticos.

Yo detesto un tipo de periodismo al que llamo “crónica miseria”: un periodismo que se centra solo en los pobres y en los hambrientos como si su existencia fuera debida a una generación espontánea y son descritos a partir del tópico. A mí más que la miseria económica o política, me interesa la miseria humana y la miseria humana es transversal: es macabro, como tú dices, que unas personas del primer mundo vayan a vivir una pantomima siendo protagonistas o actores de reparto de una realidad falsa que se construye precisamente para ellos. Sin embargo, también es macabro que los mineros de Chile que estuvieron encerrados en una mina, una vez que han salido, tras haber conseguido fama mundial y haber sido paseados como héroes o como animales de zoológico, acepten que su tragedia termine convertida en un parque temático. Lo macabro es que estos mineros vean esta transformación como una solución y no vean que su tragedia podría servir para evitar futuras tragedias similares, que su tragedia podría servir para que no haya más minas con las terribles condiciones que ellos sufrieron así como podría servir para denunciar que todo el material que se extrae de esas minas va a manos de grandes capitales de Estados Unidos.

    Más que la miseria económica o política, me interesa la miseria humana y la miseria humana es transversal

Dice que es terrible que los mineros chilenos acepten que su tragedia se convierta en parque temático, pero ¿no podríamos pensar que ellos mismos son víctimas de esta espectacularización?

De los mineros se han aprovechado: ellos tenían una condición económica muy baja, algunos de ellos eran y siguen siendo alcohólicos, la mitad volvió a trabajar en las minas, con su tratamiento psicológico dejado inconcluso. Se aprovecharon de ellos, estuvieron mal asesorados, terminaron por pelearse entre ellos, y es verdad que es difícil juzgar la idea de que la única solución es que su realidad y su tragedia se transformen en un circo. Me parece triste que esta sea la única solución, pero aparentemente, y así lo perciben ellos, no hay otra.

Antes criticaba la “crónica miseria”: si algo define su trabajo es la transversalidad, es decir, plantea el tema de la pobreza poniendo el foco también en la riqueza del primer mundo.

La pobreza no nace por generación espontánea: no es que uno levanta una piedra y encuentra pobres a los que debe darse plata. La pobreza es resultado de determinadas políticas, es resultado del abandono, de olvidos y de estafas. Además, dentro de la propia pobreza hay quienes se aprovechan de ella: fuera de los estereotipos blanco y negro, bueno y malo, hay una riqueza narrativa que a mí me interesa transmitir, riqueza que se caracteriza por las contradicciones que le son inherentes.

Niños futbolistas ponía el foco precisamente en lo contradictorio del mercado de niños futbolistas: por un lado, a estos niños se los aleja de la miseria y de la calle, pero por otro se convierten en moneda de cambio en un mercado global.

Cuando comencé a trabajar en el libro tenía un temor enorme de ir a hablar con los padres de las jóvenes promesas futbolistas preguntándoles por cuánto me vendían a sus hijos;  estaba convencido de que terminarían por pegarme un balazo o dándome un palo en la cabeza ante mi pregunta. Sin embargo, fue todo lo contrario: me abrazaron, casi como si estuvieran esperando mi llegada. Niños futbolistas fue recibido de forma muy distinta, más bien opuesta; para dar un ejemplo: por un lado, hubo un chico de Madrid que me llamó porque tenía una escuela de fútbol donde había muchos inmigrantes y quería montar una ONG para ayudar a estos niños futbolistas. Por otro lado, me llamó un chico de Barcelona que quería crear una plataforma comercial para reclutar a muchos niños futbolistas y así hacer un gran negocio. Los dos chicos habían leído el mismo libro. Y hasta el día de hoy han seguido las reacciones antitéticas, tan antitéticas que incluso la FIFA me invitó a un congreso para hablar sobre cómo resolver el problema del mercado de niños futbolistas. Con Niños futbolistas así como mis otros trabajos, lo que he pretendido es mostrar una realidad que normalmente no alumbramos.

Y en este mostrar, ¿cuál es su posicionamiento? Es decir, ¿muestra sólo para que el lector saque sus propias conclusiones o propone usted mismo una lectura?

El hecho de poner el tema es, para mí, ya una opción política, una opción que va más allá del color político o de un patrón electoral, es una opción política en tanto que me interesa subrayar que hay algo que no funciona, algo que es complicado y contradictorio. El padre de Neymar dice: “Soy padre de Neymar dentro de la casa, pero fuera soy el presidente de la empresa Neymar”. Ante estas palabras, muchos se admiran y otros las encuentran terribles y mi alumbramiento político va precisamente hacia este lado, hacia el lado de la contradicción. No somos tan moralmente correctos como quisiésemos, estamos llenos de contradicciones, como decía en El libro de la vaca: matar animales es malísimo, pero comérselos es riquísimo. Aquí está la contradicción. El capitalismo y el consumismo nos llevan a esta contradicción, nos llevan a vivir en medio de esta contradicción.

Inicia La vuelta al tercer mundo con una cita de Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. ¿Estamos condenados a vivir en la contradicción, en medio de los monstruos?

Esta misma cita la podemos aplicar no sólo a esos monstruos que indudablemente siempre están aquí, sino también a la miseria humana propia de nuestro ser más íntimo: todos tenemos una historia detrás y una historia delante, nueva, y estamos en un entremedio lleno de monstruos porque no sabemos qué es lo que va a pasar. Por esto, me gusta mucho la idea de enfrentar al lector ante la contradicción.

Obliga al lector, en concreto al lector del primer mundo, a mirarse al espejo.

Exacto, y trato de obligarle a darse cuenta de que un día uno puede estar del lado de los turistas y otro día estar del lado tercermundista, porque las cosas son muy movibles. Basta pensar que en una misma ciudad conviven los dos mundos. En relación a esto, dice un proverbio indio: cuenta tu aldea y contarás el mundo, y podríamos darle la vuelta y decir: cuenta el mundo para terminar así contando tu aldea. En un país tan desigual como Chile, el primer y el tercer mundo están ahí; en México, donde vivía el hombre más rico del planeta, sucede lo mismo, y en países desarrollados también tienen el tercer mundo, en sus calles, en sus ciudades.

Y sin embargo el primer mundo esconde el tercer mundo o lo arrincona: basta pensar en las concertinas de Melilla o de Hungría colocadas para contener a los inmigrantes e impedir brutalmente su paso.


Todos los casos de inmigración que estamos viendo ahora tienen que ver directamente con las desigualdades que hay entre el primer mundo y el tercer mundo: ¿Por qué alguien que vive en una ciudad en la que botan todos los móviles de occidente, alguien que vive entre chatarra, no puede disfrutar de ese primer mundo, de esas cosas que se hacen, además, con las materias primas que vienen del tercer mundo y con su mano de obra? En Chile, y en muchos países de Latinoamérica, ponen como ejemplo de país a Holanda o a Francia, países que usan sus excolonias como lugar para tener una barata mano de obra que trabaja para ellos. El tercer mundo no puede seguir comparándose con países que tienen países enteros de pobres trabajando para ellos. La inmigración, volviendo al inicio, existe porque de alguna manera el tercer mundo se está levantando y se está levantando de una manera monstruosa.
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