Los dibujos de Victor Hugo
El segundo talento de Victor Hugo lo convierte en uno de los dibujantes más importantes de su época. Su obra gráfica, en un principio de carácter íntimo, ocupa en la actualidad un lugar en el panteón del arte. El museo ofrece la colección más significativa para descubrir su obra, una de las más singulares y modernas de su tiempo.
Fundada gracias a las aportaciones iniciales de Paul Meurice y Juliette Drouet –quien adquirió los dibujos a su sobrino Louis Koch– la colección que conserva el museo comprende más de 700 dibujos y está en constante ampliación. Permite conocer prácticamente todas las facetas de la obra gráfica de Victor Hugo. La colección es particularmente rica en dibujos con verdadera vocación de «obra», destinados a ser colgados en la pared, ocasionalmente en marcos pintados por el propio Victor Hugo. Entre los dibujos más importantes y célebres del maestro cabe destacar: El burgo de la cruz, El faro de Casquets, El faro de Eddystone, La torre de las ratas, etc.
El dibujo formó parte de la educación que recibió Victor Hugo, pero no fue hasta principios de 1830 cuando comenzó a dibujar caricaturas para sí mismo y sus allegados, con una pluma mordaz y espiritual. Adoptó la costumbre de llenar sus cuadernos de viaje con dibujos, la mayor parte de ellos a lápiz, para conservar lugares y detalles arquitectónicos en el recuerdo. Es a raíz de sus viajes a orillas del río Rhin, entre 1838 y 1840, que estimulado por el espectáculo poético que ofrecen los burgos diseminados por sus orillas montañosas, Victor Hugo se torna más visionario en sus dibujos.
Esta práctica ocupa a menudo el lugar de la escritura, en especial cuando la acción política, que le absorbe desde 1848, le aleja de ella. Es así como aprovechando las vacaciones parlamentarias, instala un verdadero taller en el comedor de Juliette Drouet en verano de 1850. Su fiebre creadora se expresa mediante una producción intensa marcada por las composiciones más importantes y extrañas como El burgo de la cruz, El champiñón o La Galia, La ciudad muerta, Vista de París, Paisaje con tres árboles, etc. El dibujo de Victor Hugo se revela de una increíble riqueza técnica, fruto de la experimentación, donde conocimiento e imaginación se entremezclan de forma muy sofisticada: el uso de máscaras solubles para lograr el efecto de resquebrajaduras, la mezcla de tintas, el guache, el uso de materiales diversos, los rascados, etc. Esta rica técnica, que a menudo trabaja a partir de manchas de tinta, o con gestos casi automáticos, confiere a sus dibujos una modernidad que fascinará a los surrealistas, los primeros en identificarla.
A esta ola pertenecen también los primeros «recuerdos» –Recuerdo de la Selva Negra, Recuerdo de España– que retoman y prosiguen con el proyecto de serie. Enmarcados en marcos pintados, decorarán la sala de billar de Hauteville House. El museo conserva la mayor parte de ellos: Recuerdo del Neckar, de Normandía, de Gran Bretaña, de Suiza.
Los años de exilio supondrán una intensa creatividad gráfica con dibujos fantásticos impregnados de la experiencia espiritista de Jersey y numerosas marinas. Es particularmente característica de esta época la utilización del estarcido, recortes de papel o huellas de encajes u hojas. El gran combate de Victor Hugo contra la pena de muerte se expresa a través de algunas obras maestras como los «ahorcados» Ecce y Ecce Lex o incluso Justitia. El distanciamiento propiciará la costumbre de enviar tarjetas (dibujos en los que Hugo juega con la grafía de su nombre) de las cuales el museo conserva varios ejemplares. Con motivo del acondicionamiento de Hauteville House realiza numerosos croquis de diseños de muebles y decoraciones. Eventualmente Victor Hugo ilustra su creación literaria –como en el caso concreto de Los trabajadores del mar–, con El faro de Eddystone y El faro de Casquets descritos en la novela El hombre que ríe o el «frontispicio» de La leyenda de los siglos o más tarde La Tourgue.
De su colección de sus obras tardías, iniciadas al final de su exilio, cabe destacar las series del «Poema de la bruja», conjunto de rostros grotescos a través de los cuales Victor Hugo parece despertar el recuerdo de Goya, en un nuevo alegato contra la justicia ciega y cruel.
También ha dejado abundantes manchas de tinta que a día de hoy parecen de cometido incierto. ¿Se tratan de meras etapas creativas, a la espera de una interpretación que las «prolongue» (según la fórmula de André Masson) o bien, como su calidad y riqueza invitan a pensar, son obras en sí mismas, auténticos paisajes abstractos?