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CRONICAS DE UN MUNDO EN CONFLICTO
Información y educación para un desarrollo sustentable.

La doctrina Truman y la reestructuración de las sociedades subdesarrolladas

La Creación del Tercer Mundo.
 
Lo que proponía el informe era nada menos que la reestructuración total de las sociedades “subdesarrolladas”. La declaración podría parecernos hoy sorprendentemente etnocéntrica y arrogante, ingenua en el mejor de los casos; sin embargo, lo que requiere explicación es precisamente el hecho de que se emitiera y tuviera sentido. 
La doctrina Truman y la creación del Tercer Mundo
Demostraba la voluntad creciente de transformar de manera drástica dos terceras partes del mundo en pos de los objetivos de prosperidad material y progreso económico. A comienzos de los años cincuenta, esta voluntad era ya hegemónica en los círculos de poder.
 
Aquì se narra la historia de aquel sueño, y de cómo poco a poco se convirtió en pesadilla. Porque en vez del reino de abundancia prometido por teóricos y políticos de los años cincuenta, el discurso y la estrategia del desarrollo produjeron lo contrario: miseria y subdesarrollo masivos, explotación y opresión sin nombre. La crisis de la deuda, la hambruna (saheliana), la creciente pobreza, desnutrición y violencia son apenas los síntomas más patéticos del fracaso de cincuenta años de desarrollo. 
 
Pero se trata, sobre todo, de la forma en que se creó el “Tercer Mundo” a través de los discursos y las prácticas del desarrollo desde sus inicios a comienzos de la segunda posguerra.
 
Orientalismo, africanismo, desarrollismo. 
 
Hasta finales de los años setenta, el eje de las discusiones acerca de Asia, África y Latinoamérica era la naturaleza del desarrollo.
Como veremos, desde las teorías del desarrollo económico de los años cincuenta hasta el “enfoque de necesidades humanas básicas” de los años setenta, que ponía énfasis no solo en el crecimiento económico per se como en décadas anteriores, sino también en la distribución de sus beneficios, la mayor preocupación de teóricos y políticos era la de los tipos de desarrollo a buscar para resolver los problemas sociales y económicos en esas regiones.
Aún quienes se oponían a las estrategias capitalistas del momento se veían obligados a expresar sus críticas en términos de la necesidad del desarrollo, a través de conceptos como “otro desarrollo”, “desarrollo participativo”, “desarrollo socialista”, y otros por el estilo. En resumen, podía criticarse un determinado enfoque, y proponer modificaciones o mejoras en concordancia con él, pero el hecho mismo del desarrollo y su necesidad, no podían ponerse en duda.

El desarrollo se había convertido en una certeza en el imaginario social. De hecho, parecía imposible calificar la realidad social en otros términos. Por doquier se encontraba la realidad omnipresente y reiterativa del desarrollo: gobiernos que diseñaban y ejecutaban ambiciosos planes de desarrollo, instituciones que llevaban a cabo por igual programas de desarrollo en ciudades y campos, expertos de todo tipo estudiando el “subdesarrollo” y produciendo teorías ad nauseam.

El hecho de que las condiciones de la mayoría de la población no mejoraran sino que más bien se deterioraran con el transcurso del tiempo no parecía molestar a muchos expertos. La realidad, en resumen, había sido colonizada por el discurso del desarro- llo, y quienes estaban insatisfechos con este estado de cosas tenían que luchar dentro del mismo espacio discursivo por porciones de libertad, con la esperanza de que en el camino pudiera construirse una realidad diferente. 
Más recientemente, sin embargo, el desarrollo de nuevos instrumentos analíticos, en gestación desde finales de los años sesenta pero cuyo empleo solo se generalizó durante los ochenta, ha permitido el análisis de este tipo de “colonización de la realidad”.
 
En los años sesenta y setenta existieron, claro está, tendencias que presentaban una posición crítica frente al desarrollo, aunque, como veremos pronto, fueron insuficientes para articular un rechazo del discurso sobre el que se fundaban.

Entre ellas es importante mencionar la “pedagogía del oprimido” de Paulo Freire (Freire, 1970); el nacimiento de la teología de la liberación durante la Conferencia Episcopal Latinoamericana celebrada en Medellín en 1968; y las críticas al “colonialismo intelectual” (Fals Borda, 1970) y la dependencia económica (Cardoso y Faletto, 1979) de finales de los sesenta y comienzos de los setenta. La crítica cultural más aguda del desarrollo corresponde a Illich (1968, 1970). Todas ellas fueron importantes para el enfoque discursivo de los años noventa que se analiza en este libro tal que pone de manifiesto este mismo hecho: cómo ciertas representaciones se vuelven dominantes y dan forma indeleble a los modos de imaginar la realidad e interactuar con ella. El trabajo de Michel Foucault sobre la dinámica del discurso y del poder en la representación de la realidad social, en particular, ha contribuido a mostrar
 
los mecanismos mediante los cuales un determinado orden de discurso produce unos modos permisibles de ser y pensar al tiempo que descalifica e incluso imposibilita otros. La profundización de los análisis de Foucault sobre las situaciones coloniales y poscoloniales realizada por autores como Edward Said, V.Y. Mudimbe, Chan- dra Mohanty y Homi Bhabha, entre otros, ha abierto nuevas formas de pensamiento acerca de las representaciones del Tercer Mundo.
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